Ficha de Yocko

Yocko es una jovencita poco alta y enjuta, su rostro tiene una forma ovalada, nariz afilada y pequeña, labios no muy delgados pero bien formados; sus rasgos suaves muestran una apariencia frágil que se contradice con su mirada: un par de ojos como el ámbar, certeros y directos, dan la vaga impresión de pertenecer a alguien con profundas convicciones, ostentando una seguridad infranqueable.

Solía llevar el cabello suelto y largo hasta las caderas, pero después de ciertos acontecimientos decidió cortarlo unos centímetros sobre la altura de los hombros. Las rebeldes ondulaciones que describen sus abundantes cabellos de color dorado a veces es molesta y la hacen parecer una maraña desordenada, como un nido de pájaros, por eso de vez en cuando usa trencillas para separar los mechones.

Yocko es alguien amable, de carácter flexible, bastante osada y muchas veces irresponsable. Su único ideal es encontrar un objetivo, estar por fin en un sólo lugar y echar raíces, poder reivindicarse del pasado y ser leal a una causa, sea cual sea. Sin embargo, no es alguien en quien se pueda confiar un gran secreto ni una moneda del más bajo valor, pero esa incapacidad para ser leal le ha sido infundada por sus años pasados, que con el tiempo han ido quebrando sus virtudes, convirtiéndola en una ladronzuela de baja calaña. Pese a sus buenos modales y a que sus más profundos intereses no se encaminan al vandalismo: ese no es el camino que eligió, sino el único que le enseñaron.

Nacería hace aproximadamente 18 años, en el seno de una familia Nara, al oeste del país del fuego. Sus padres no eran mercenarios - a su propio juicio - sino que se dedicaban a diversos oficios, según el día y el lugar, desde robos hasta homicidios; al mejor postor.
No eran ninjas avalados por una aldea ni poseían rangos específicos, sino que sus capacidades obedecían a años y años de práctica, una vida entera en el mismo oficio les otorgaba la sangre fría y las habilidades necesarias para acabar con cualquier tarea que se les encomendase. Nunca pasaban más de tres días en un mismo lugar, siempre moviéndose y siempre alerta, pues sabían que cada depredador tiene uno propio en la misma escala.

El entrenamiento de Yocko comenzó a los ocho años, al igual que el de su hermano Ryk en su momento. Las primeras tareas eran meramente de reconocimiento: Ryk - quien ya contaba diecinueve años - la llevó a una pequeña plaza en algún lugar del país del viento, se sentaron en un banquillo cercano, donde podrían ver el flujo de gente y desde donde él, en silencio, le enseñaría el primer paso de su oficio en las calles. Se cruzó de brazos, mostrándose tranquilo e indiferente ante la presencia de la gente, vagando la mirada por entre los caminantes, sin prestar mucha o muy poca atención a cada uno de ellos. Yocko comprendió que estaba buscando a su víctima.
Tras unos minutos, el joven se decidió a levantarse y caminar a paso cansino por entre los transeúntes, como si no pretendiera llegar a un lugar en concreto, pero como si estuviese buscando con la mirada un camino hacia el cual seguir.
De pronto y sin previo aviso, le pasó a la pequeña de ocho años un paquete rosa, una bolsa de cuero fino, una cartera. Ella lo tomó con actitud inexperta y confundida, algo que Ryk intuyó de inmediato y se la arrebató de nuevo, caminaron hacia una dirección diferente y se perdieron entre las calles de tierra.
Por ser su primera tarea no recibió otra cosa que un par de regaños y una lección que jamás olvidaría en los años que le quedaban como ladrona.

Con el paso del tiempo sus habilidades y destrezas se hicieron mejores, recibía más encargos y había aprendido a sobrevivir sin que su familia le delegara tareas secundarias. A veces trabajaba en conjunto con su hermano o con alguno de sus padres, pero llegaría el momento en que los intereses de unos y otros llegaran a chocar e hicieran que sus caminos se dividieran: Su hermano fue el primero en dejar aquella particular familia, partió hacia sus orígenes en la aldea de la lluvia; después lo hizo su madre al morir. Y finalmente, Yocko se quedó con su padre hasta el momento en que se cruzó en el camino de un shinobi.

Meses después de la muerte de su madre, Yocko y su padre llegaron hasta el país de la Tierra. Parecía un lugar pacífico pero por la misma razón carecía de actividades ilícitas o intrigas de las que el mayor de los Nara pudiera sacar provecho. No le hicieron más de tres encargos en varios meses vagando por diferentes ciudades y poblados de ese país; el par - padre e hija - empezaba a perder su esencia y cada vez habían más discusiones en torno a si uno debería seguir sin la otra. Pero un día cualquiera vendría un encargo especial, uno que les hizo pensar que llegaba el momento de retirarse y vivir una espléndida vida en cualquier parte del mundo.
El trabajo parecía ser algo muy sencillo, pero muy bien pagado, ese era el único inconveniente: Sabell y su hija eran conscientes de que ningún trabajo es bien pago, a menos que sea suicida. Las cantidades eran desproporcionadas y estaban seguros de que, de conseguirlo, tendrían una vida mucho mejor de la que llevaban.
Así, llegada la hora Sabell y Yocko asistieron al punto de reunión dispuestos a aceptar el trato, recibieron un adelanto por lo que harían y al día siguiente estaban apostados a la orilla del camino, en una colina, esperando a que un mercader y dos escoltas a caballo pasaran por el sendero. Solamente deberían tomar un paquete dorado de entre las pertenencias del comerciante, una caja con un sello específico en su lomo; no deberían abrirla y la llevarían ante uno de los guardias del señor feudal de esas tierras.

Tras algunos minutos de espera, estaban en el camino tres hombres que correspondían a la descripción dada. Yocko puso el plan en marcha, fue la primera en saltar al camino. Su objetivo era el mercader, mientras que su padre se haría cargo de los dos escoltas. La joven tenía un puñal en su mano izquierda y tras un par de saltos había tirado de su carro al mercader, amenazando el cuello del mismo con el filo de su arma.
Sabell atacó por la espalda a los dos que seguían el cargamento, sin contar con que uno de ellos poseía una experiencia extraordinaria en las artes marciales. Se enroscaron en una riña entre la habilidad y la fuerza bruta, Sabell era diestro con la espada y tras años de lucha su cuerpo se mostraba fibroso e imponente.
Para la joven - que contaba ya con casi diecisiete años - intervenir resultaba peligroso, pero marcharse sería abandonar a su suerte a Sabell. Esperar a que alguno de los dos tomara la victoria no era prudente. Así que tomó la decisión de ayudar a su padre, pese a saber que había una gran desventaja en su contra - aún siendo dos -.

Tras el combate Sabell y Yocko fueron capturados y llevados a una cárcel de un país lejano, en el trayecto Sabell murió a causa de las heridas. Yocko fue acusada pero debido a su corta edad recibió el beneficio del concejo. Fue puesta en prisión durante el tiempo que duraron las indagaciones sobre su identidad, las razones que la habían llevado a cometer esos dos homicidios junto a su padre, para robar documentos de asuntos secretos de Sunagakure, el por qué habían arriesgado sus vidas por conseguir dicha información.
Después de la investigación - que no duró menos de un año - Yocko fue liberada bajo ciertas condiciones entre las que estaba no salir de la aldea por un año más. Podría haber sido un castigo si se le hubiese impuesto años atrás, cuando estaba con los suyos, pero ahora nada la movía a continuar su vida de nómada. Acogió todas las medidas dictadas, pero una vez más el tiempo decidiría por ella: necesitaba dinero, comida, un lugar donde vivir.

Su historia parece iniciar allí mismo, donde decide emprender una nueva vida - o tal vez recomenzar la vida de antes -. Mira su pálido rostro en el reflejo del espejo y decide que algo ha cambiado, después de todo. Su cabello de derrama a sus pies, en desorden, mientras su antigua compañera de celda corta cada mechón sin miramientos. Al menos su apariencia cambió algunos minutos antes de salir de la prisión en la que ha estado los últimos doce meses de su vida...

Se acerca a una pequeña plaza, en el centro de la aldea. Descubre a su alrededor un lugar conocido - si, un recuerdo que llegó de repente como una bofetada - quisiera regresar en su memoria y volver a ver a su hermano, sentado en aquél banco de la esquina, junto a ella. Camina hacia el sitio y ve pasar entre la gente rostros ajados y ropas descoloridas por el sol. La velocidad del tiempo parece ser la misma, todo es igual de lento, no hay más detalles, el viento es el mismo de hace diez años, la plaza es la misma.