Entrada a Sunagakure

Oculta en el interior de un inmenso mar de arena se haya Sunagakure, la Villa Oculta del Desierto. Llegar a ella no es para nada fácil y no es porque no se conozca su localización, si no porque en un sitio en el que todo el paisaje cambia en apenas unos minutos, es muy difícil orientarse. El astro rey ilumina con intensidad esas tierras áridas, llegando a temperaturas de 50ºC y sin una gota de agua que llevarse a los labios, el viaje es totalmente imposible. Viajar de noche podría ser una solución, pero las temperaturas caen en picado, alcanzando los -15ºC, por lo que sigue siendo igual de peligroso. Acompañando estas temperaturas extremas, la zona se ve frecuentemente azotada por fuertes vientos que desencadenan peligrosas y destructivas tormentas de arena. Si uno de estos fenómenos meteorológicos te atrapa, puedes dar tu vida por terminada, pues los pulmones de tan desdichadas victimas se llenarían de minúsculos granos de arena que dificultarían tu respiración además ser sepultado por varios cientos de kilos de arena. Por dicho motivo es necesario predecir estos sucesos antes de que ocurran, algo imposible para los forasteros. Por si esto fuera poco, el desierto es el mundo de los espejismos. Falsas imágenes que pueden engañar a cualquiera y hacer que persigan una quimera, malgastando sus preciadas y escasas energías en el proceso. Como es normal, tan solo los nativos saben cómo protegerse y distinguir las amenazas del desierto.



Siendo conocedores de todos los peligros que esconde el País del Viento, los habitantes de Sunagakure buscaron un sitio más protegido y seguro de su propio entorno, siendo la localización actual. Una meseta de roca erosionada por la arena y el viento, asemejándose a la huella dejada por un cuerpo celeste al impactar con el planeta, es el escudo de la villa entera. Con más de cien metros de alto, su sola visión ya es inquietante. Si no se sabe que dentro de ese cuerpo rocoso se encuentra Sunagakure, pasaría por ser un simple accidente geológico del lugar. Dentro del muro se encuentran pequeñas oquedades naturales que han sido aprovechadas para estacionar puestos de vigilancia, pero su número no es elevado y menos todavía los que se encuentran operativos. En su día nada escapaba a la vista de los guardianes de la villa. Ahora, solo quedan recuerdos. La entrada es casi invisible a la distancia. Un único punto de acceso, un oscuro y húmedo pasillo de unos quince metros de ancho por otros cien de largo, es lo que separa la villa del exterior.  El hecho de que sea tan estrecho la convierte en un excelente punto  para interceptar forasteros y actúa como cuello de botella ante ejércitos numerosos.